En el contexto religioso, la costumbre de ofrendar se encuentra estrechamente ligada con el acto intrínseco del intercambio, de la permanente y mutua cooperación entre la colectividad y su idea de diviniddad, cuyo origen y fin es conseguir y mantener el orden y la estabilidad de las cosas.
La ofrenda constituye un vínculo, quizá el más efectivo, entre el mundo de los hombres y el de la divinidad. Es el acto que los pone en contacto directo, el hombre ruega y agradece, mientras la divinidad concede y beneficia. Las formas de ofernda, ya en peregrinación, rezo, sacrificio u objeto, son modelos simbólicos en los que el hombre se ofrece a sí mismo. A través de la ofrenda se reivindica la reciprocidad necesaria entre la comunidad y la divinidad.
El rito de la ofrenda debe ser tan antiguo como la relación entre lo humano y lo divino, como el establecimiento de una forma efectiva de comunicación, indispensable en las relaciones de todo género. En México la tradición de ofrendar tiene sus raíces en el mundo prehispánico cuya cosmovisión y modelos de comportamiento estaban determinados por la perspectiva religiosa. Las figuritas de barro, los sacrificios humanos eran unas formas de ofrendar. En estas culturas, la relación entre los hombres y los dioses fue tan cercana y entrañable que la ofrenda era un acto cotidiano, si bien no ordinario, lleno de significación religiosas que dotaban de sentido a la misma relación, haciendola justa, necesaria y duradera.
Con la llegada de los europeos y por ende en proceso de evangelización, uno de los efectos más evidentes fue la reinvención de la religiosidad. Los españoles trajeron consigo la herencia de una antigua práctica griega, en la que pequeños objetos de metal con forma de ojos, piernas, brazos, etc. llamados "tamata" se ofrecían al dios de la medicina. Posteriormente la práctica cambió y su finalidad fue agradecer la intervención divina, ahora llamados "milagritos"
En el contexto de intercambios y mestizaje, las prácticas votivas conservaron las antiguas formas prehispánicas del ritual, fuertemente ligadas a los olores, colores, sonidos y emociones, al tiempo que se integraron nuevos santos con los viejos dioses, lo que dio paso a una religiosidad mestiza.
La palabra Exvoto, que provienen del latín ex voto y significa "por voto" es decir "por promesa", cobró sentido en el mundo mestizo como un objeto que se ofrece a una advocación, en cumplimiento a un compromiso tácito por la intervención de la misma a través de un milagro. Las formas del exvoto son tan diversas como los modos de agradecer, van desde los llamados retablitos y milagros, las fotografías, ramos de flores, rezos, peregrinaciones, penitencias, muletas, cabellos trenzados, trofeos o cualquier objeto que represente una parte del hecho extraordinario y signifique la intervención divina. El exvoto vincula, equilibra, compensa y exhibe las formas en las que el hombre cree que la divinidad irrumpe en su esfera, a la vez que posibilita el ordenamiento de una situación caótica, que pueden o no tener lógica, pues la única lógica que existe es la de la estructura misma de la cosmovisión de la colectividad que les cree.
Los exvotos son la forma en que las personas vinculan su cotidianidad, sus fiestas, sus creencias religiosas, sus símbolos sagrados y las cuestiones de estratificación social, que al se leídas e interpretadas en su contexto específico, se traducen en una concepción del mundo, en un testimonio de lo cotidiano y lo extraordinario, en narraciones que dan cuenta de los modelos de creer y para creer, a través de los cuales los fieles asignan a los sucesos las categorías de la fe, los milagros, la piedad, la buena o mala suerte, las bendiciones y la gratitud.
Estéticamente durante el centenario de la Independencia se convirtió en la circunstancia ideal para que intelectuales y artistas manifestaran la necesidad de volver la mirada hacia las expresiones populares mexicanas, como un intento de revalorar lo propio y la permanencia, como una vuelta forzosa a lo mexicano, que hasta entonces vivía eclipsado y marginado por el afrancesamiento cultural y social de la época.
Una de las prioridades fue el reconocimiento de lo que artísticamente se generaba desde el pueblo, y reivindicarlos fue uno de los propósitos fundamentales del Estado, apoyado en artistas como Gerardo Murillo (Dr. Alt) y Diego Rivera, quienes se proponen promocionar un estilo redescubierto por los artistas, al que llamaron desde entonces "arte popular mexicano" cuya característica principal es que está más ligado a la tradición y costumbre de de una comunidad que a la academia, no por ello exento de un rigor y una técnica artística.
Gerardo Murillo es el primero en hacer mención de los retablitos como un objeto del arte popular mexicano, lo que desencadenó el redescubrimiento de los exvotos-retablitos, ya no sólo por su importancia en las practicas religiosas populares, sino por asignarles créditos en las manifestaciones artísticas populares.
"Los exvotos son lo que se llama obra de arte completa y es natural: la pureza, la fe en la realidad de lo maravilloso, el amor y el desinterés enseñan a todo a todo, inclusive a servirse de la expresión plenamente abstracta de la pintura moderna. Estos exvotos, que se conocen generalmente como retablictos, son pinturas esencialmente anecdóticas y están ejecutadas en una forma perfectamente comprensible"
En 1925 Diego Rivera publicó un artículo titulado "los retablos: verdadera, actual y única expresión pictórica del pueblo mexicano" en el que los describe como objetos artísticos hechos con ingenuidad, fervor y buena fe. Rivera reconoció en este arte ingenuo el manejo intuitivo del efecto estético logrado por la contraposición de color y volumen, la expresión trágica dada por ritmo y organización, el contraste y el equilibrio magistralmente empleados por los retablos en la pintura sobre lata: " el que pintó ese cuadro fue o es un pintor de los de mayúsculas, todas las características de las grandes composiciones murales está en estos pocos centímetros cuadrados de lienzo, la perfección del oficio en la cabecitas de las figuras, que miden apenas unos cuantos milímetros es increíble.
Objeto del arte popular, en las últimas décadas los exvotos han despertado el interés y la tentación de los intelectuales y artistas, que los han etiquetado dentro de un estilo naif o kitsch, o un arte de vanguardia igualado con los discursos estéticos contemporáneos. El retablito es la forma gráfica de agradecer un suceso extraordinario que transformó la vida del individuo que le ofrece, cuya única intensión estética es agradecer a la divinidad. A este ánimo de agradar se debe el esfuerzo notable por la buena hechura del retablo, que en obediencia a la manera específica de presentarlo, trabaja el personaje de la comunidad que posee mayor facilidad para desarrollarse en las artes visuales, sin que por ello sea considerado un artista, más bien con el oficio de retablero.
En la manera de hacer y presentar un retablo impera un lenguaje inventado por los retableros, que de tanto usarlos se volvió común a todos y todos lo entendieron y contribuyeron a la transmisión. Este lenguaje tiene sus propios criterios artísticos, como la indisoluble mancuerna entre lo narrativo y lo gráfico, donde lo importante no es el depuramiento de la técnica pictórica o de la gramática, sino el discurso social encerrado en la imagen y en el texto en el que comúnmente se hace uso de la tercera persona y del gerundio para darle el cariz tanto de narración como de testimonio.
En general el material del exvoto es una pequeña lámina horizontal aunque varían. las escenas pintadas en la retablo siguen patrones de composición comunes, cuya distribución especial se da en tres campos, El primero corresponde a la advocación, usualmente en uno de los extremos superiores, rodeada por o sobre una nube. El segundo donde aparece la persona beneficiada por el milagro, que a veces es el donante y si no lo es, aparecen ambos en actitud de agradecimiento o bien durante la escena caótica que provocó el ruego del milagro. El tercero es el texto, ubicado siempre en la parte inferior donde se narra el suceso.
La primer parte en la composición gráfico del retablo corresponde a los extremos superiores, es ocupada por la deidad que atendió la súplica y concedió el milagro, la advocación se encuentra siempre mirando fijamente al suplicante y viceversa, como en el sublime dialogo que únicamente pueden descifra, el retablero respeta los detalles de su iconografía y es minucioso en loq ue respeta a las vestiduras y los elementos con los que los creyentes las identifica.
En la composición pictórica del retablo se observa el aprendizaje empírico del retablero, cuya labor sustancial es escuchar con atención la historia con la que le narran, para luego pintarla con un grado de detalles que le fueron contados, como los gestos, las señas particulares, las referencias geográficas, la noche o el día como escenario.
Los colores utilizados para animar la escena se seleccionan de acuerdo al orden de detalles, cada color tiene un espacio y una representación asignada, por ejemplo, el azul corresponde siempre al plano de lo divino, a las imágenes religiosas las rodean de este color. Los interiores de las casas van en tonos ocres, con gamas que se extienden desde el café hasta el marrón. el color de los campos y cerros es invariablemente verde.
El texto que se incluye en el retablo es una manera particular de presentar ante la comunidad un hecho. No son relevantes, ni para el escritor ni para el lector, las reglas ortográficas, la buena o mala caligrafía, lo más importante es lo que se cuenta y como se hace, porque de ello depende la presentación pública del milagro, además permanece como un testimonio de la veracidad del suceso.
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