Se atribuye la paternidad de la palabra surrealismo al poeta Guillaume Apollinaire, y su aparición se sitúa hacia 1917, significa "conjunto de procedimientos de creación y de expresión que utilizan todas las fuerzas físicas (automatismo, sueño, inconsciente) liberadas del control de la razón y en lucha contra los valores establecidos"
La revolución surrealista influyó mucho en el arte, con el que el movimiento no dejó de mantener una relación ambigua. André Breton, papá autoproclamado del surrealismo, supo reunir a algunos talentos singulares entre los jóvenes aventureros preocupados por inventarle un nuevo significado a la acción de pintar. Max Ernst, Salvador Dalí, Joan Miró, Yves Tanguy, Rene Magritte, Victor Brauner, Roberto Matta y André Masson se sumaron al grupo que iba tomando forma en el París de los años veinte.
La idea de acercar la moda y su efímera frivolidad al surrealismo puso a la mujer en el corazón mismo de un proceso creativo, como atestigua Bona de Mandiargue, pintora nacida en 1926, que ingresa en el surrealismo tardíamente en los años cincuenta: "Era la primera vez que escuchaba a personas de una gran inteligencia interesarse por el papel de la mujer sin someterlo al del hombre, los surrealistas no separan la mujer de la poesía, la identifican con su propio procedimiento creativo" Ya no se trata de la musa romántica ni de la simple relación entre el artista y su modelo, sino de una verdadera sacralización del ser amado como explica Breton "Estoy, al estar cerca de ella, más cerca de las cosas que están cerca de ella".
De esta adoración perpetua al fetichismo de los accesorios o de las diferentes piezas de la indumentaria de la mujer, no hay mucha distancia. Aragon y Elsa, Max Ernst y Leonora Carrintong, Dalí y Gala, llevaron el juego bastante lejos en sus obras poéticas o plásticas, engendrando algunas incidencias notables entre sus adornos y el cuerpo de las mujeres, la costura está dispuesta a desviar para su mayor provecho el espíritu del movimiento que se nutre de todo, Así a partir de los años treinta, asimilará la vulgata surrealista en su sentido de la provocación y de las descoordinaciones sistemáticas, en el de las asociaciones libres y las rupturas subversivas... Hoy en día podríamos incluso considerar, a la vista de su evolución exponencial a lo largo del siglo XX, que la alta costura y después el prêt-à-porter creativo, en la singularidad ya no encarnada por los magos del verbo sino por las Fashion victims. Verdaderas aplicaciones prácticas de la paranoia crítica diagnosticada por Salvador Dalí como "un método espontáneo de conocimiento irracional, basado en la objetivación crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones delirantes".
Así, el famoso "encuentro entre un paraguas y una máquina de coser sobre la mesa de disección" evocado por Lautréamont, se revela, en el estudio de un modisto, como una manifestación perfectamente normal y un fenómeno totalmente integrado en su proceso creativo.
Uno de los elementos recurrentes del surrealismo y que constituye, quizá, su principal pasarela hacia la moda, resulta ser, el maniquí como oscuro objeto del deseo. Aparece en las telas de Chirico a partir de 1915 como una forma abstracta, estilizada al máximo que simboliza, ante todo, una ausencia.
A su vez, la muñeca de cera de tamaño natural de las tiendas de ropa, con su simulacro de vida, magnetiza a los surrealistas.
En 1938, durante la exposición internacional del surrealismo organizada en París en casa de los Wildenstein, se distribuyeron maniquíes de escaparate a los diferentes expositores, que se encargan de vestir a su manera estos desnudos sintéticos. Otro tipo de fantasmas son las muñecas, sobre todo las concebidas por Hans Bellmer, que mezcla trozos de trapo y encajes diversos.
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